domingo, 18 de noviembre de 2012

CATECISMO DE LA INDEPENDENCIA


CATECISMO
DE LA INDEPENDENCIA

El fabulista Luis de Mendizábal, Ludovico Lato'Monte, escribió
en 1821 este Catecismo de la Independencia, en el Que se reve·
fan sus tendencias conservadoras. Consideramos importante
dar a conocer unos fragmentos en esta Gula para mostrar al
lector de una manera ejemplar algunos rasgos del proyecto
iturbidista.
11
Mientras no logran instnúrse y ameritarse los
individuos de las ~astas, pueden reclamar algu-
. na vez el ejercicio pasivo de la ciudadanía?
i pueden hacer este reclamo ni ciertamente lo
harán, porque su incptitud es meramente accidental o
acaso voluntaria; y sin venir de la ley, e halla sólo en
la persona. Además los que se ven en esta clase no
aspiran a gobernar, sino a estar bien gobernados: no
quieren ser legisladores, sino tener un buen código.
¿Hay a1b'Ún otro resorte para contener a las castas?
Hay muchos; pero son tres principalmente: su genio
dulce y pacífico, su respeto a la religión, los ejemplos
y exhortaciones del clero a quien taoto veneran.
¿Cuál es la segunda excepción de la libertad de imprenta?
Debe prevenirse también que nadie escriba jamás
contra los principios fundamentales de la Constitución,
una vez establecida, parézcale tuerta o derecha.
¿Por qué no puede escribirse contra la Constitución
ya establecida y publicada?
Porque siendo tan varia la opinión en estas materias,
nunca podrían fijarse con certeza los fundamentos de
la legislación, se establecería una especie de pirronismo
político y sería un caos la república. Al zanjarse los
cimientos de una casa, se examina si van en regla; pero
después de concluidos y levantadas las paredes, nadie
los puede registrar sin destruir el edificio.
CENTI1\f.L'\...
unes 17 de mayo de 1693 hizo muy sereno
día, y habiendo siete barcos de pescadores en
la caleta, cuyo barrio es de cien personas las
más de ellas casadas y con hijos que se sustentan de
pescar pargos, que es el alimento de la cena de esta
ciudad: sucedió que se interpuso inconveniente de dis·
gusto que tuvieron y no quisieron salir a pescar.
O por mandato real, o por costumbre es salir un
barco todos los días de vigía en seis leguas en contorno
de la mar afuera para reconocer cualquiera embarcación
quc venga y dar cuenta: siendo ello indefectible,
sucedió que ningÚn barco salió y ni hubo quien cuidase
de diligencia tan grave.
Dicho día 17 a las tres de la tarde se vieron a dos leguas
de titrra a barlovento del Puerto, dos navíos de
alto bordo, uno mayor que otro, eausando mucha alegría
por presumir era la Oota que se esperaba desde el
primero de mayo; pero siendo costumbre que del eastillo
salga la lancha a reconocer cualquier navío, no
salió, y habiendo llegado a la boca del canal los dos
na,·ios. se reconoció tomaban la vuelta de afuera, sjcn~
do así quc tenían bastante y favorable tiempo para
entrar ~I Puerto: de que temieron muchos vecinos. y
afirmaron que ~ran navíos enemigos, aunque se dijo
que el nO entrar los navíos era respecto a que aguardaban
que entrase la eapitana de la Oota; y aunque se
discurrió mucho sobre esta materia se procedió a dormir
quieto como si estuviera la ciudad cerrada de una
fuerte muralla.
El martes siguiente, 18 del mismo mes y año, a las
cuatro de la mañana se o 'ó multitud de escopetazos y
zumbidos de balas que llenaban el aire, y mucha gritería
de voces diciendo: H iVi\"a el rey de Francia! It
Tan de repente que los más de los vecinos apenas pudieron
"eslirse turbados de oír el eco de tanta eaja de
guerra y banderas con O res de lis, y al insrante fue
ganada la plaza de armas, y cogidas de gente de guerra
todas las boeas calles y los baluartes; y aunque estu o
en opiniones el número de la gente, lo más probable
es que la gente que se echó a tierra eran seiscientos
hombres, matando al que huía o salía a los balcones;
y los primeros muertos fueron el capitán don J osé de
la Higuera, fray ~1anuel del Rosario, agustino sacerdote
de edad de ochenta años. y Leandro López, español
vicjo;Juan de Vitola. rnulatozapatcro; Lázaro, mestizo
zapatero; yen las armas don ~lateo Huidobrosargento
mayor, Diego ~Iartín, quien con las manos hizo pedazos
la bandera por no entregarla, el alférez reformado
Juan Francisco: el sargento Pró, pardo libre, y el
capitán Agustín de Torres, pardo libre. Al mismo tiempo
iban abriendo a golpes y hachazos todas las puertas
donde se resistían, llevando toda la gente y familias a
medio vestir a la plaza hasta tanto que se abrió la iglesia
donde metieron los prisioneros; siendo lástima ver
llevar de este modo a las sagradas religiones y al clero,
y juntamente llevando todo el tesoro que se hallaba
en las casas, así en moneda como en joyas y plata labrada:
que como hacía días se esperaba la nota, había
mucho dinero y mercancías para conducir a EspañaJ y
estaba llena de grandes regalos y aves; y fue tan acelera.
da la illterperesa que jamás pudieron juntarse tres
hombres, y a las nueve del día había más de seis mil
prisioneros en la iglesia, en cuya puerta estaba una
compañ ía con banderas coloradas. Los invadientes
fueron tres solemnes piratas que juntaron una armada
con once embarcaciones y once piraguas en que venían
mil doscientos hombres. El general de ella para la mar
Nicolás Banoré.n; el almirante el capitán Lorenzo, y
por general de tierra venía monsieur Romon.
Empezaron los prisioneros a padecer los fuertes enemigo
de hambre y sed, ya perecer las criaturas; todo
era horror '~endo al licenciado Gerónimo Jordán presbítero
muy mal herido en la cabeza, y así mismo en la
misma parte a un religioso viejo franciscano, y a persuasiones
lastimeras de los vecinos, y viendo las lástimas
de las mujeres y los llantos de las criaturas que se
secaban de sed y morían de hambre clamaban al cura
vicario pidiese socorro, y así lo hizo: y habiéndose determinado
llegó a las puertas a pedir licencia a las guardas
para ir a hablar con el general, y aHí los crueles
herejes lo oprobiaron diciéndole que si acaso era él
persona para ir a hablar con el señor general. :Vlas en
Gn fue a donde a expensas de otros mayores oprobios
y noramalas le fue concedido que se entrase agua y
bizcocho, que empezaron a sufrir muchos palos, golpes
y heridas. Aun todavía se pasaba con notable trabajo
y hambre; las mujeres pasaron muchos trabajos, porque
su maldad no reservaba blanca, prieta, donceHa ni
casada que a fuerza de su rigor no las sacasen llevándolas
a forzarlas, siendo este exceso una de las cosas más
sensibles.

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